En agosto de 2011 decidimos visitar India aunque nuestro viaje comenzó unos meses antes
con la obtención de los visados, puesta al día en vacunaciones y nuestro primer
contacto con Mahendra, antiguo taxista que montó su propia agencia de viajes y
que sin duda fue una elección más que acertada.
Para tramitar el visado recomendamos seguir las
instrucciones de este link.
Llegamos a Delhi de noche. De camino al hotel sólo pudimos captar un pequeño pedazo de la realidad que
nos esperaría en los días siguientes. Por la mañana, bajo el fuerte
goteo de la lluvia monzónica y tras dos horas de atasco, partimos hacia nuestro
primer destino, Mandawa. Nuestro conductor, al que llamábamos Singh, apellido
común a los de su casta, nos guiaría a través del Rajastán montados en un Tata
Indigo de fabricación nacional.
Mandawa fue en su día una próspera ciudad de comerciantes, edificada como punto de abastecimiento en la antigua ruta de la Seda. La ciudad
destaca precisamente por las casas de estos comerciantes, conocidas como havelis y que se caracterizan
por tener las fachadas pintadas con gran cantidad de detalles y colorido.
Haveli |
Mandawa |
La siguiente parada la hicimos en Samode, en donde nos
alojaríamos en el Samode Palace, antiguo palacio del Maharajá de la región reconvertido
en un lujoso hotel. Según nos contaron, el actual Maharajá aún sigue habitando una de las estancias de esta construcción durante ciertos periodos.
Los anfitriones |
Samode fue sin duda el sitio que más disfrutamos del viaje
por la cantidad de experiencias que pudimos vivir en poco más de un día. Por la
mañana decidimos visitar el pueblo. Aparentemente no había restaurantes por la zona, así que tras conversar con un joven tendero, éste se ofreció a que fuéramos a comer a su casa. Tras meditarlo un poco aceptamos; conscientes de que no se recomienda hacer esto en las grandes ciudades...
En la casa vivía toda la
familia, padres, abuelos, hijos… Tras los saludos pertinentes, nos condujo a su
habitación y nos sentó en la cama de matrimonio, y allí nos empezaron a traer
viandas: chapatis (pan), patatas guisadas, arroz con leche... daba la casualidad
de que estaban de celebración y habían elaborado una comida más especial de lo
habitual. No querían aceptar dinero, pero entendimos que sólo era un trámite
protocolario, así que tras una breve discusión aceptó que le diéramos una
pequeña cantidad a su mujer. Al bajar al patio también repartimos material
escolar entre los diversos niños que habitaban la casa.
Por la tarde, nos recomendaron visitar el templo de Hanuman.
El camino hacia el templo empezaba prácticamente desde la puerta del hotel, a través de una larga sucesión de escaleras
que se enfilaban en la montaña y continuaba después por un sendero. Unos 6 km
en total. Vivimos un momento bastante entrañable cuando nos paramos a descansar. La gente que subía o bajaba del templo, disimuladamente, se iba sentando a nuestro alrededor solo para observarnos, mostrando gran curiosidad, pero sin entablar conversación ya
que muchos no hablaban inglés. Sólo una mujer de unos 50 años, que
bajaba con un cuenco en la cabeza, logró explicarnos orgullosa que tenía un
hermano médico en Nueva York.
Un alto en el camino |
El templo estaba custodiado por una impresionante hueste de
monos langures que, cuanto menos, daban respeto, si bien esta especie es bastante
más pacífica que los temibles macacos. No sabíamos muy bien que hacer, así que
un hombre muy amablemente nos indicó que compráramos unos frutos secos para
ofrecerlos al dios Hanuman, nos descalzáramos y que le siguiéramos. El templo es una
construcción pequeña, sencilla e incluso “hortera”, como muchos de los que vimos en el país. Tras lanzar los frutillos a
la figura del dios mono, proseguimos
nuestro camino de vuelta. Finalizamos el día con un baño en la piscina y una magnifica cena en el palacio. Ya no volveríamos a tener tanto lujo durante el resto del viaje.
Precauciones: Los monos no deben ver que llevas comida en los bolsillos y cuidado con los machos dominantes. |
Llegando al templo de Hanuman |
Al día siguiente continuamos hasta la ciudad de Jaipur sorteando vacas en la autopista y contemplando cómo los autobuses, con gente viajando en sus techos, se adelantaban unos a otros en una frenética carrera por ver quien llegaba primero a la próxima parada para recoger más clientes y por consiguiente, obtener más ingresos.
Lo más destacado de Jaipur es la ciudad Rosa, un casco antiguo de casas de color salmón que por un momento te transportan atrás en el tiempo a una época de mayor esplendor y riqueza. Allí, nos sorprendió una fuerte tromba de agua que convirtió las calles en una riada de vino tinto muy en armonía con el color de la ciudad.
Las calles eran un alegre pandemonio de tenderos, turistas, encantadores de serpientes, rebaños de cabras, macacos... en fin, la típica agitación de una ciudad india.
Tras comer una rica "masala dosa" en un restaurante no turístico, nos tocaba visitar el fuerte Amber, impresionante fortaleza de murallas fortificadas a la que el turista puede acceder, si lo desea, a lomos de un elefante.
Abandonando Jaipur decidimos hacer una parada improvisada en el Templo de Galta. Conocíamos de la existencia de este lugar gracias a la serie documental Monos Ladrones. Se trata de una construcción de una enorme belleza, integrada perfectamente en el entorno natural que la rodea, encajada en un barranco del que fluye un manantial natural que alimenta sus piscinas escalonadas. Encontramos en este lugar custodiado por sacerdotes hinduistas un remanso de paz con pocos turistas y muchos macacos. Eso sí, la gente que habita el lugar no gusta de ser fotografiada a menos que se pague por ello. Algo lógico al fin y al cabo, ¿no?
Templo de Galta |
Taj Mahal |
Baño en el río Ganges |
Por la mañana bajamos desde el hotel hacia el río. El olor del ambiente se iba haciendo cada vez más insoportable a medida que nos internábamos por sus calles; una mezcla de mierda de vaca, perro y desperdicios en putrefacción.
Amanecer en el río Ganges |
Kathmandú |
La avenida principal presentaba un tráfico incesante de ciclomotores y el aire estaba cargado en exceso de CO2, concentrado seguramente a causa de la altitud.
Durante un día entero una guía que hablaba español se encargó de mostrarnos todos los rincones. Para visitar el centro de la ciudad hay que pagar una tasa. Allí, entre otras cosas pudimos ver por un instante a la niña diosa Kumari, elegida por los budistas nepalíes como reencarnación de la diosa Teju. Esta niña vivirá recluida en un palacio hasta que tenga la menstruación, momento en el cual la divinidad se desvincula d
el cuerpo. Diariamente, ofrece la indulgencia a sus devotos seguidores de dejarse ver por una ventana que daba a un patio cerrado. La verdad es que nos inspiró cierta lástima.
Templo budista Bodhnath |
Nos hubiera encantado hacer una visita más profunda a Nepal pero esta vez no pudo ser; queda pendiente!
Crematorios en el río Bagmati Os dejo un vídeo nuestro con fotos de India y Nepal |
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