martes, 19 de noviembre de 2013

Viaje India y Nepal 2011


   En agosto de 2011 decidimos visitar India  aunque nuestro viaje comenzó unos meses antes con la obtención de los visados, puesta al día en vacunaciones y nuestro primer contacto con Mahendra, antiguo taxista que montó su propia agencia de viajes y que sin duda fue una elección más que acertada.

   Para tramitar el visado recomendamos seguir las instrucciones de este link.

   Llegamos a Delhi de noche. De camino al hotel sólo pudimos captar un pequeño pedazo de la realidad que nos esperaría en los días siguientes. Por la mañana, bajo el fuerte goteo de la lluvia monzónica y tras dos horas de atasco, partimos hacia nuestro primer destino, Mandawa. Nuestro conductor, al que llamábamos Singh, apellido común a los de su casta, nos guiaría a través del Rajastán montados en un Tata Indigo de fabricación nacional.

  Mandawa fue en su día una próspera ciudad de comerciantes, edificada como punto de abastecimiento en la antigua ruta de la Seda. La ciudad destaca precisamente por las casas de estos comerciantes,  conocidas como havelis y que se caracterizan por tener las fachadas pintadas con gran cantidad de detalles y colorido.

Haveli

Mandawa
   La siguiente parada la hicimos en Samode, en donde nos alojaríamos en el Samode Palace, antiguo palacio del Maharajá de la región reconvertido en un lujoso hotel. Según nos contaron, el actual Maharajá aún sigue habitando una de las estancias de esta construcción durante ciertos periodos.

Los anfitriones
   Samode fue sin duda el sitio que más disfrutamos del viaje por la cantidad de experiencias que pudimos vivir en poco más de un día. Por la mañana decidimos visitar el pueblo. Aparentemente no había restaurantes por la zona, así que tras conversar con un joven tendero, éste se ofreció a que fuéramos a comer a su casa. Tras meditarlo un poco aceptamos; conscientes de que no se recomienda hacer esto en las grandes ciudades... 
En la casa vivía toda la familia, padres, abuelos, hijos… Tras los saludos pertinentes, nos condujo a su habitación y nos sentó en la cama de matrimonio, y allí nos empezaron a traer viandas: chapatis (pan), patatas guisadas, arroz con leche... daba la casualidad de que estaban de celebración y habían elaborado una comida más especial de lo habitual. No querían aceptar dinero, pero entendimos que sólo era un trámite protocolario, así que tras una breve discusión aceptó que le diéramos una pequeña cantidad a su mujer. Al bajar al patio también repartimos material escolar entre los diversos niños que habitaban la casa.

   Por la tarde, nos recomendaron visitar el templo de Hanuman. El camino hacia el templo empezaba prácticamente desde la puerta del hotel, a través de una larga sucesión de escaleras que se enfilaban en la montaña y continuaba después por un sendero. Unos 6 km en total.  Vivimos un momento bastante entrañable cuando nos paramos a descansar. La gente que subía o bajaba del templo, disimuladamente, se iba sentando a nuestro alrededor solo para observarnos, mostrando gran curiosidad, pero sin entablar conversación ya que muchos no hablaban inglés. Sólo una mujer de unos 50 años, que bajaba con un cuenco en la cabeza, logró explicarnos orgullosa que tenía un hermano médico en Nueva York.

Un alto en el camino
   El templo estaba custodiado por una impresionante hueste de monos langures que, cuanto menos, daban respeto, si bien esta especie es bastante más pacífica que los temibles macacos. No sabíamos muy bien que hacer, así que un hombre muy amablemente nos indicó que compráramos unos frutos secos para ofrecerlos al dios Hanuman, nos descalzáramos y que le siguiéramos. El templo es una construcción pequeña, sencilla e incluso “hortera”, como muchos de los que vimos en el país. Tras lanzar los frutillos a la figura del dios mono, proseguimos nuestro camino de vuelta. Finalizamos el día con un baño en la piscina y una magnifica cena en el palacio. Ya no volveríamos a tener tanto lujo durante el resto del viaje. 




Precauciones: Los monos no deben ver que llevas comida en
 los bolsillos y cuidado con los machos dominantes.

Llegando al templo de Hanuman
   Al día siguiente continuamos hasta la ciudad de Jaipur sorteando vacas en la autopista y contemplando cómo los autobuses, con gente viajando en sus techos, se adelantaban unos a otros en una frenética carrera por ver quien llegaba primero a la próxima parada para recoger más clientes y por consiguiente, obtener más ingresos.


   Lo más destacado de Jaipur es la ciudad Rosa, un casco antiguo de casas de color salmón que por un momento te transportan atrás en el tiempo a una época de mayor esplendor y riqueza. Allí, nos sorprendió una fuerte tromba de agua que convirtió las calles en una riada de vino tinto muy en armonía con el color de la ciudad.


   Las calles eran un alegre pandemonio de tenderos, turistas, encantadores de serpientes, rebaños de cabras, macacos... en fin, la típica agitación de una ciudad india. 

   Tras comer una rica "masala dosa" en un restaurante no turístico, nos tocaba visitar el fuerte Amber, impresionante fortaleza de murallas fortificadas a la que el turista puede acceder, si lo desea, a lomos de un elefante.

   Abandonando Jaipur decidimos hacer una parada improvisada en el Templo de Galta. Conocíamos de la existencia de este lugar gracias a la serie documental Monos Ladrones. Se trata de una construcción de una enorme belleza, integrada perfectamente en el entorno natural que la rodea, encajada en un barranco del que fluye un manantial natural que alimenta sus piscinas escalonadas. Encontramos en este lugar custodiado por sacerdotes hinduistas un remanso de paz con pocos turistas y muchos macacos. Eso sí, la gente que habita el lugar no gusta de ser fotografiada a menos que se pague por ello. Algo lógico al fin y al cabo, ¿no?

Templo de Galta
Templo de Galta

   Nos acercábamos ya a uno de los lugares ineludibles en este país, una de las siete maravillas del mundo, el Taj Mahal. Uno puede quedarse ensimismado bastante tiempo ante este marmóreo edificio; mausoleo erigido en símbolo del amor. Un guía acreditado se encargó de desvelarnos todos los entresijos de este monumento. Las fotos sin duda alguna, no harán justicia a su belleza.

Taj Mahal
   Otro mítico destino de India plagado de falsos tópicos es el río Ganges en Varanasi. Dicho río se considera una deidad, y allí se dirigen los hindúes en peregrinación para purificar sus almas. 
Baño en el río Ganges

   Por la mañana bajamos desde el hotel hacia el río. El olor del ambiente se iba haciendo cada vez más insoportable a medida que nos internábamos por sus calles; una mezcla de mierda de vaca, perro y desperdicios en putrefacción. 
Amanecer en el río Ganges
   Mucha gente dormía en la calle simplemente con lo puesto. Un tendero barría la puerta de su comercio antes de abrir; esto es, apartaba la inmundicia para dejarla en la puerta de su vecino. Algunas vacas iban saliendo de las casas para emprender su paseo diario. Una comitiva funeraria nos avanzó mientras andábamos por unas estrechas callejuelas. Varios hombres llevaban al difunto amortajado en brazos, desprendiendo a su paso un penetrante olor a sándalo con objeto de enmascarar cualquier indicio de putrefacción. Nos fuimos tras ellos escuchando sus cánticos, nos pareció que la ceremonia no tenía el aire trágico de nuestra cultura, y así llegamos a la pira funeraria, al lado del río. Los custodios de la pira se encargan de incinerar el cadáver al aire libre y sólo las cenizas del mismo se verterán en el río. 

Kathmandú
   Finalizamos nuestro viaje en Kathamandú. Nepal, todo y ser un país mayoritariamente hinduista tiene una cultura muy diferente a la de India. Nosotros lo pudimos percibir en el trato al visitante. En la ciudad vimos carteles que rezaban "El turista es Dios"; se acabó el insufrible acoso de los vendedores indios! Aquí todo resultaría más apacible.

   La avenida principal presentaba un tráfico incesante de ciclomotores y el aire estaba cargado en exceso de CO2, concentrado seguramente a causa de la altitud.

   Durante un día entero una guía que hablaba español se encargó de mostrarnos todos los rincones. Para visitar el centro de la ciudad hay que pagar una tasa. Allí, entre otras cosas pudimos ver por un instante a la niña diosa Kumari, elegida por los budistas nepalíes como reencarnación de la diosa Teju. Esta niña vivirá recluida en un palacio hasta que tenga la menstruación, momento en el cual la divinidad se desvincula d
el cuerpo. Diariamente, ofrece la indulgencia a sus devotos seguidores de dejarse ver por una ventana que daba a un patio cerrado. La verdad es que nos inspiró cierta lástima.

Templo budista Bodhnath

    Otras visitas de rigor en Kathamandú son el templo de los monos, Durbar Square, el templo budista  Bodhnath y los crematorios del río Bagmati, en donde viven los santones: monjes ascetas cuya figura está un poco desvirtuada últimamente, siendo más bien gente con cierta adicción al alcohol que trata de vivir del turismo.

   Nos hubiera encantado hacer una visita más profunda a Nepal pero esta vez no pudo ser; queda pendiente!

Crematorios en el río Bagmati


Os dejo un vídeo nuestro con fotos de India y Nepal

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