Hace algunos años cayó en mis manos el libro de memorias del
Dr. Livingstone “Viajes y exploraciones en el África del Sur”. No se trata de
una novela de fácil lectura, pero lo que en ella se cuenta resulta realmente
fascinante; la exploración quizás más famosa del África meridional, llevada a
cabo ni tan siquiera hace dos siglos, por un hombre excepcional, de voluntad
pétrea y manifiestamente contrario a la esclavitud.
Ahora nos tocaba a nosotros revivir aquellos días no tan
lejanos, y el país elegido fue Zambia, hogar de las cataratas Victoria, tierra
de gente afable y de sabana africana en estado puro, según nos habían contado.
Pasamos nuestro primer día en la capital, tras unas largas
23 horas de viaje que sin duda merecen la pena -si uno para a pensarlo tampoco
es tanto con tal de visitar los rincones insólitos de nuestro planeta-.
Mercado de Lusaka |
Después de negociar un poco el precio, un taxi nos condujo
al centro de la ciudad. “Tened cuidado con las carteras” fue su único consejo. También
se puede viajar muy económicamente con los clásicos microbuses africanos, pero
al no tener ni idea de donde debíamos apearnos, preferimos el taxi.
Preguntando a la gente alcanzamos el lugar donde se extendía
el mercadillo. “How are you?”,
“where are you from?”, “feel free to take pictures”. No pretendían vendernos
nada, solo conversar. Realmente no hay mucho que ver en Lusaka pero fue una buena toma de contacto y
realizamos algunas compras. Como precaución, tomamos el taxi de vuelta antes
de que las tiendas cerraran y la gente volviera a sus casas. El taxista nos
puso al día de las principales etnias y ramas lingüísticas del país: Bemba, Lamba,
Lozi… que a su vez se dividen en decenas
de grupos dialectales. Él pertenecía a los Bemba, seguramente la rama más
extendida del país y prácticamente el idioma oficial después del inglés.
A la mañana siguiente un ultraligero nos llevó hasta Mfuwe. Imposible
no acordarse de la película “Memorias de África” con el sonido de las hélices y
el paisaje a nuestros pies. Sin embargo no empezamos con buen pie, nadie nos
esperaba en aquel remoto aeropuerto cuyo único asfalto era el de la pequeña
pista de aterrizaje. Un muchacho del lugar se ofreció a llamar a nuestro “lodge”
pero no hizo falta, nosotros mismo llamamos y no tardaron en acudir a por nosotros;
una pequeña confusión causada por un cambio en los horarios de vuelo. El
personal del aeropuerto nos alojó en una sala con sofá y aire acondicionado
para hacernos más grata la espera. El aire acondicionado apenas se notaba y el
calor afuera era terrorífico, entorno a los 40º que parecen más bajo el
aplastante sol tropical.
El todoterreno nos llevó a través de Mfuwe mientras
contemplábamos sus chozas de barro y paja y las tiendecillas de ladrillo y
latón; en poco menos de una hora nos plantamos en el Track&Trail river camp.
Tres machos de elefante nos dieron la bienvenida.
El chico holandés que nos recibió, Bruce, nos advirtió
inmediatamente: - Los elefantes y los hipopótamos suelen entrar en el
campamento. En caso de encontrártelos no hay que correr, gritar, ni hacer
movimientos bruscos, es importante mantener una distancia de seguridad de unos 30 metros e ir
retirándose hacia atrás poco a poco, sin perderlos de vista. La piscina, el
restaurante y vuestra propia choza son lugares donde estaréis a salvo.
No exageraba nada, las visitas de los elefantes fueron
continuas y verlos alimentándose de un árbol a dos metros de nuestra choza en
plena noche bajo la luz de la luna, bueno, es algo que nunca olvidaremos.
A las seis de la mañana comenzó nuestro primer safari por el
valle del Luangwa. Cuatro horas rodando por el parque en un todoterreno abierto
que nos permitiría no perder detalle y aprovechar al máximo nuestra cámara.
Hicimos buenas migas con nuestro guía, Friday, y una familia de daneses que
viajaba con dos niños pequeños. Vimos
prácticamente todo lo que se puede ver en South Luangwa; por supuesto, cientos
de impalas y babuinos, magníficos kudús, cebras, jirafas, cocodrilos… pero
también leones alimentándose de un búfalo y una leopardo, animal realmente
esquivo; y no sería la única vez.
Por la tarde, tocaba safari nocturno. Resulta impresionante
como el asistente del guía (normalmente un joven que se prepara para ser guía
oficial) barre la sabana con un foco a toda velocidad. A la luz de la antorcha
se revelan centenares de ojos brillantes, ojos de antílopes replegados y tensos
ante los peligros de la oscuridad, pero el asistente sólo detiene su
vertiginoso barrido cuando detecta unos ojos diferentes, los de aquellos
animales nocturnos que pretende mostrarnos: un tejón, una hiena, un leopardo,
un búho… nosotros no hubiéramos distinguido nada, su destreza es espectacular.
Si algo distingue al parque del Luangwa es la posibilidad de
hacer safaris a pie, experiencia que no quisimos perdernos. Para la ocasión
también nos acompañaría Friday, pero además, un guarda armado con un potente
rifle de fabricación polaca velaría por nuestra seguridad. “Con esta munición
podría abatir un elefante de un tiro en la cabeza”, nos explicaba;
afortunadamente esta gente sabe lo que hacen y difícilmente se llegará a ese
extremo.
Todos los animales que permanecían impasibles ante el paso
del todoterreno, de repente se desvanecen ante el avance a pie del ser humano.
El safari a pie no trata tanto de avistar animales, sino más bien de observar
las pequeñas cosas que te rodean “aquí arriba estuvo alimentándose un leopardo,
mirad estos huesos que han caído del árbol”, “estos excrementos blanquecinos
son de las hienas, su color se debe a que también ingieren huesos”, “estas son
las bolas que prepara el escarabajo pelotero para criar sus larvas…”, y así
infinidad de detalles que nos demostraron la exquisita preparación de estos
guías, y que no sabíamos tanto sobre animales como creíamos…
Sin embargo, Luangwa no sólo ofrece naturaleza; también
cultura local. Para ello concertamos desde el lodge una visita a la villa de
Kawaza. ¿Turistada? Para nada. Ya vimos como incluso Friday se sentía
emocionado de llevarnos a la villa, y si bien íbamos con ciertas reticencias,
estas pronto se disiparon, convirtiéndose nuestra excursión en algo realmente
entrañable que sin duda recomendaríamos a todo el mundo.
Construyendo una choza |
A nuestra llegada nos recibió Constantino, quién nos
acompañaría las siguientes horas. El plan era muy sencillo: “a lo largo del día
conoceréis a mucha gente haciendo su rutina diaria, podéis preguntar y
fotografiar lo que queráis, sin prisas, lo único que queremos es que deis a
conocer vuestra experiencia y que más gente se anime a venir”. Y así lo
hicimos. Pudimos visitar el instituto, dónde estaban de exámenes, un parvulario
en el que no nos esperaban pero en el que los alumnos nos interpretaron
gustosamente una pequeña obra de teatro (obsequiamos a ambos colegios con
material escolar que trajimos desde España), conocimos a una mujer y a su hijo
construyendo una casa de barro para qué este último se independizara: “Madame
¿qué diferencias ve entre su país y el mio? ¿Qué suelen comer? ¿Queso? Yo nunca
lo he probado pero lo he estudiado en el colegio”. La visita prosiguió, vimos
como destilaban “Kachasu” alcohol casero a partir de la fermentación del maíz ,
charlamos con la “chamán” o doctora tradicional, y proseguimos con una comida típica, que ya publicamos en este blog, en una choza de adobe cuyo frescor
ridiculizaría a nuestras instalaciones de aire acondicionado.
Escuela infantil |
El día culminó con los bailes tradicionales de las mujeres
de la aldea, los jóvenes golpeaban los tambores y el sonido fue atrayendo cada
vez a más gente qué se arremolinaba alrededor del árbol principal; en ese
momento nos sentimos en África más que nunca.
Los días en el campamento transcurrían lentamente, y tuvimos
la oportunidad de conversar con mucha gente. Entre otros, un muchacho, también
holandés, que había recalado en Malawi con objeto de trabajar en la
construcción de un hotel, pero que había acabado en la empresa de safaris
“Kiboko”. Acababa de montar un campamento para un equipo de la National
Geographic en el interior del parque, donde no llegan los turistas.
-Oye ¿y tu qué tomas para la Malaria?
-Bueno, las pastillas que tomáis vosotros son buenas para un
periodo de tiempo corto, pero para estancias largas serían perjudiciales para
la salud. No hay ningún medicamento realmente válido, pero el gerente de aquí,
que por cierto tuvo malaria varias veces, me habló de un spray de medicina
alternativa que se aplica bajo la lengua, desde que lo usa no ha tenido ningún
problema, ni Bruce tampoco.
Danzas tradicionales |
Lamentablemente nuestro viaje debía continuar. Fue difícil
despedirse de la gente, de nuestra idílica choza en la rivera del río y de las
horas muertas en la piscina, oteando el horizonte con los prismáticos,
combatiendo el infernal calor a la sombra del árbol “msasa” con una cerveza Mosi en la mano. ¡Como nos
hubiera gustado quedarnos unos días más! Pero las cataratas Victoria nos esperaban.
Vistas del río Luangwa desde la habitación |
En el aeropuerto de Livingstone nos reunimos con el que iba
a ser nuestro taxista en los próximos días.
-Podríamos ir al “lodge” por esta carretera, pero mejor entraremos por la ciudad, así veréis los sitios que podréis visitar si venís mañana.
Inmediatamente nos preguntamos si aquel rodeo por
Livingstone iba a incrementar nuestra tarifa de taxi; pero no fue así, el
hombre sencillamente quería enseñarnos la ciudad.
El “Maramba Lodge” se encuentra a orillas del río Maramba,
un pequeño afluente del Zambezi. Desde la terraza del bar veíamos los
cocodrilos a escasos metros, nadando o tomando el sol, y ocasionalmente también
hipopótamos y elefantes.
Teníamos reservada una tienda de campaña; bueno este tipo de
tiendas que tienen todas las comodidades: camas, baño, muebles... No estaba
nada mal aunque tampoco era comparable al lujo de nuestro anterior alojamiento.
Aquí encontramos nuestro primer “gran” inconveniente (aunque
este se remontaba a nuestra salida de Mfuwe, en cuyo aeropuerto me confiscaron
mi enorme bote de insecticida): la cama esta plagada de mosquitos… No sé cuanto
tiempo empleamos para matarlos, aplastándolos contra la tela mosquitera,
chocando las manos uno con el otro; puede que más de una hora pues resultaba
complicado.
Decidimos visitar Livingstone al día siguiente y dejar las
cataratas para el final. En primer lugar nos dirigimos al museo Livingstone, en
el que entre otras cosas, fauna, flora y cultura, puedes recorrer una parte de
la famosa exploración del misionero con el que empezaba este relato y cuya
estatua preside el recinto. Después nos dimos una vuelta por el mercado, no tan
ajetreado como el de Lusaka, y más tarde a comer en el popular café Zambezi. La
verdad que no vimos apenas turistas. También aprovechamos para comprar la cena
en el supermercado. El taxista nos había dicho que en la ciudad hay muy buen
ambiente incluso por la noche, pero ese día estábamos un poco cansados.
Nuestro viaje tocaba a su fin, y que mejor manera de
despedirnos que visitando una de las grandes maravillas naturales del planeta.
Las cataratas Victoria, así las bautizó el Dr Livingstone,
aunque su nombre en el lenguaje de la tribu Kololo es “Mosi oa Tunya” (el humo
que truena) son un verdadero espectáculo. Precisamente en Octubre, a finales de
la estación seca, el río está en su mínimo caudal, pero aún así os aseguro que
no defraudan. Aquí, el rio Zambezi actúa como frontera entre Zambia y Zimbabwe
y las cataratas pueden visitarse desde ambos países. El poderoso río de repente
se encuentra con una falla, y todo su caudal se precipita repentinamente al
vacío para continuar su avance encajonado en unas gargantas que cortan la
inmensa llanura.
Cataratas Victoria desde Zambia |
Empezamos la visita por el lado de Zambia; la entrada al
parque cuesta 20$ y puede hacerse sin necesidad de guía por los recorridos
marcados. Un paseo en el que parábamos en cada mirador para hacernos fotos,
completamente extasiados. Después descendimos por una ladera, territorio de
papiones, en el que conviene no llevar
nada de comida a la vista; realmente los tienes muy cerca y al contrario que en
South Luangwa, aquí no son nada tímidos. También pudimos ver un par de varanos
escurriéndose entre la maleza. Tras un fuerte descenso llegamos al lecho del
río, no a los pies de las cataratas, sino en el siguiente recodo del cañón,
donde se encuentra el puente fronterizo y se realizan los populares saltos de
“puenting”. Desde aquí salen también las rutas en kayak y rafting y vimos a los
guías bajando afanosamente con todo el equipo a cuestas.
Se pueden hacer muchas actividades, y una que nos tentó
bastante fue la visita a la piscina del diablo, poza al borde del abismo en la
que puedes bañarte e incluso asomarte al precipicio de las cataratas, pero los
100 $ por persona nos parecieron demasiado, y decidimos invertir el dinero en
cruzar a Zimbabwe para ver las cataratas en su totalidad.
Tras salir del parque, basta con ir caminando por la
carretera hacia el puesto fronterizo. Hay que tener en cuenta que se necesita
un visado de doble entrada para poder salir y volver de Zambia, visado que
adquirimos a nuestra llegada al país, en el aeropuerto de Lusaka. Tras
presentar el pasaporte continúas por la carretera para cruzar el puente hasta
el puesto zimbabués, donde habrá que pagar por el visado de un día.
Cataratas desde Zimbabwe |
Al lado de la carretera se apeaban los camiones en espera,
así como varios puestos ambulantes de
venta de zumo y refrescos. Un poco más de andar y llegamos a la entrada del
parque, donde habrá que pagar otros 25$ para entrar. En total sale por un pico,
pero bueno, tras todo el viaje queríamos ver este monumento natural al
completo; en la parte de Zimbabwe se puede ver una mayor extensión de las
cataratas y es donde el río presenta su mayor caudal. Sin duda un espectáculo
digno de contemplar y al que nuestras habilidades fotográficas no harán
justicia alguna.
Zambia ya no es el país ignoto de hace siglo y medio, pero
aún tiene mucho de aquel espíritu de exploración y descubrimiento, un destino
con muchas posibilidades en el que sus gentes te hacen sentir como en casa.
Nuevamente África se ha quedado una parte de nosotros.
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